Necesidades primarias, causas físicas y cólico La medicina convencional especifica con claridad las causas de llanto por razones orgánicas, físicas y fisiológicas. Para empezar, se encuentran las necesidades primarias de los bebés. Son fáciles de distinguir y, si las señales son interpretadas correctamente, se pueden apaciguar en forma inmediata. Un bebé puede estar naturalmente molesto por:
* sueño
* pañal sucio o mojado
* hambre
* calor o frío
* necesidad de sostén o contacto
* picazón por ropa de tela irritante
* ganas de hacer caca
Para cada una de estas necesidades, existe una solución concreta y simple: hay que ayudar al bebé a dormir, lavarle y ponerle un pañal limpio, amamantarlo, abrigarlo o refrescarlo, abrazarlo, usar telas adecuadas y ayudarlo a mover el vientre.
Cuando estas necesidades primarias de un recién nacido están cubiertas y éste continúa llorando, nurses y neonatólogos indagan en posibles causas orgánicas. Un minucioso chequeo médico ante la menor sospecha de enfermedad o accidente es muy importante en los primeros tiempos del bebé, ya que las piezas de su exquisita y pequeña maquinaria se encuentran en proceso de desarrollo, y cualquier afección puede tener consecuencias insospechadas.
Entre las revisiones más frecuentes, se descarta la fractura de clavícula -un accidente que puede ocurrir durante el nacimiento-, la ictericia -una enfermedad debida a la inmadurez del hígado-, sangrado del cordón umbilical –si el bebé llora en forma quejosa y tono muy bajo-, y la posibilidad de una adicción de la mamá.
Si las enfermedades quedan descartadas, y el bebé sigue llorando, el diagnóstico se resume en una contundente y temida palabra: cólico. Aquí la suerte de los padres está echada: su hijo va a llorar intensamente los primeros tres o cuatro meses, aunque algunos bebés pueden hacerlo durante todo el primer año.
Los esfuerzos de la comunidad científica por descifrar el proceso del cólico, su origen y mecanismo, hasta el momento no son fructíferos. Se lo define como un llanto largo y vigoroso que persiste más allá de todo esfuerzo por consolarlo. El término “cólico” proviene de una palabra griega que designa un tramo del intestino grueso, lo cual refleja la creencia de que se trata de un problema digestivo. La explicación generalizada es que el bebé traga aire al mamar, y esto le produce gases. El agarrotamiento de los músculos de la panza confirma que hay mucha tensión en la zona. Ciertas posturas que adoptan los bebés durante un episodio de gases, también suelen estar presentes en estos ataques de llanto. Por ejemplo, el bebé lleva las piernas al pecho, aprieta los puños y agita sus manos y piernas, o arquea la espalda.
Si fuera por dolores de gases, sería muy fácil comprender que el bebé llore con desesperación. En especial, si tenemos la experiencia de haberlos padecido de adultos, y añadimos el dato de que su organismo inmaduro no está preparado para procesar el malestar ni el dolor, y el bebé tampoco tiene la posibilidad de anticipar que este sufrimiento va a parar, tarde o temprano. La única objeción que se plantea al diagnóstico de cólico es que su existencia es una cuestión de fe: algunos médicos creen en los cólicos y otros no. Es que no es posible demostrar que todos los bebés que expresan estos síntomas tienen problemas estomacales. A pesar de las grandes sumas que el mundo farmacéutico invierte para descubrir el antídoto salvador, el cólico no se deja atrapar.
Función como descarga de estrés
Un aspecto destacado del llanto es su función como mecanismo de descarga del estrés. Estamos equipados neurológica y biológicamente para liberar al cuerpo de los efectos de la tensión, y lo hacemos a través de las lágrimas, que restauran el equilibrio químico del cuerpo. Para un bebé, los factores de excitación son numerosos. Su sistema nervioso inmaduro es extremadamente sensible a los estímulos discordantes: situaciones de violencia, clima tenso, contacto con personas nerviosas, entre otros. Es notorio cómo las personas cercanas a un recién nacido suelen sintonizar con esa frecuencia frágil y comienzan a percibir la agresividad con la que convivimos a diario. Así, se descubren sobresaltados con ruidos o situaciones a los que ya estaban acostumbrados.
Por otro lado, cualquier situación traumática, comenzando por el nacimiento, deja un resto de estrés en el bebé. Las intervenciones médicas, que en general no se hacen con un respeto consciente por la delicadeza del ser que se está manipulando, también exasperan su sistema nervioso.
Los bebés tienen dos maneras de poner un freno al exceso de estímulos y de información que reciben: dormir y llorar. Dormir le permite bloquear, aislarse de los estímulos. Pero es probable que, igualmente, al despertarse, necesite descargar mediante el llanto. Un ejemplo claro es cuando se lleva al bebé a un centro comercial o a una fiesta de cumpleaños. Es común que duerma durante todo el paseo, pero al llegar a su casa, llore con todas sus fuerzas, ya que mientras duerme, una parte del cerebro continúa en actividad, recibiendo estímulos externos.
Por eso, el llanto también es necesario y hay que aprender a reconocer cuándo es mejor acompañarlo, sin intentar calmarlo, simplemente sosteniéndolo para que se sienta libre, seguro y aceptado al limpiar su organismo del estrés emocional, físico o mental.
Cambios en el llanto
El llanto es un evento acústico que contiene información sobre el funcionamiento del sistema nervioso central. El estudio del espectro sonoro en el llanto del bebé revela matices útiles para el diagnóstico del desarrollo normal o anormal de distintos procesos en el niño.
Para analizarlo, se establece una frecuencia fundamental, que representa la periodicidad de la vibración de las cuerdas vocales, y se observa la resonancia en el tracto vocal. Estos factores acústicos pueden dar claves sobre posibles enfermedades, lesiones o defectos estructurales del sistema nervioso.
Algunos cambios en el llanto son motivo de consulta médica:
la frecuencia fundamental es más baja de lo normal,
el llanto se convierte en uno con mayor tono, y el tipo de melodía cambia a varias formas,
la frecuencia fundamental se hace más inestable,
hay incrementos en el tono máximo y mínimo,
hay cambios en la duración del llanto, así como en los valores máximo y mínimo del tono.
Estas modificaciones del llanto habitual requieren una revisión médica.
Si el pediatra no tiene respuestas, los padres pueden consultar a un especialista en neurología infantil, para investigar las irregularidades detectadas.
La angustia inconcebible del recién nacido
Sigmund Freud, el padre de la psicología, afirmó que la primera angustia del ser humano es la del nacimiento, un episodio que, por si fuera poco, se transforma en el molde para toda angustia posterior.
Siguiendo sus pisadas a través del laberinto de la mente humana, el pediatra y psicoanalista Donald Winnicot logró convertirse en un clásico en el estudio de la psicología de los bebés. Durante cuarenta años, Winnicot se abocó a la observación de bebés y madres en un hospital público de Londres, y sus textos ponen de relieve una cuestión fundamental y aterradora: los bebés se angustian porque están todo el tiempo al borde de la muerte.
Y no es una metáfora. A diferencia de otros seres vivos, el ser humano no nace preparado para sobrevivir por sí mismo. La distancia entre lo que necesitamos al nacer, y las herramientas que tenemos para conseguirlo, es gigante. Winnicott no se refiere sólo a una muerte física (por inanición, accidentes, o congelamiento), sino también a la posibilidad de una muerte psíquica: la desaparición del sujeto, de un “Yo” en formación. El recién nacido necesita que alguien le suministre las herramientas vitales y, a la vez, funcione como pantalla protectora ante el desborde de estímulos que lo bombardean. Está invadido por una cantidad de angustia excesiva, y su aparato psíquico todavía no puede procesarla. Este pánico es llamado “la angustia inconcebible”. El bebé no sabe qué es. De esta vivencia sólo puede rescatarlo la madre, o la persona que cumpla la función materna.
Otra forma en que se manifiesta la angustia inconcebible es la experimentación de una caída sin fin, de un hundirse en un pozo interminable, sin ningún punto de apoyo. Esta es la sensación del bebé cuando no está sostenido, y es una impresión que perdura en la vida adulta, apareciendo esporádicamente en los sueños. Esta vivencia angustiante ante la falta de sostén se observa cuando los pediatras controlan el “reflejo de Moro” o “reflejo de pánico”, chequeo pos natal que les indica el normal funcionamiento del sistema nervioso central. Consiste en sostener al bebé y soltarlo en un movimiento súbito. El pequeño se asusta con todo su cuerpo: abre los brazos con las palmas hacia arriba y los pulgares flexionados, y presenta una mirada de sobresalto. A medida que el reflejo termina, retrae los brazos hacia el cuerpo con los codos flexionados y se relaja. Otro ejemplo de esta necesidad de contención se aprecia cuando el recién nacido repta en su moisés hasta que la cabeza toca las paredes: es su manera de ponerle un borde a la realidad. Sostener al bebé en los brazos, o armarle un huequito contenedor para dormir, hace que la vivencia de caer para siempre se acote, y pueda tolerarla.
Otro disparador de la angustia inconcebible es haber nacido en un mundo sin sentido. Los adultos damos por sentado el significado de las cosas, pero para quien no comparte un código de comunicación, las formas de este mundo no tienen una definición por sí mismas. La única manera de que el bebé tenga algo que ver con este mundo es que la mamá, o quien cumpla la función materna, se lo presente y traduzca. La manera en que se manipula a un bebé, se lo viste, se le habla, se lo acaricia, se lo baña, se lo toca, le enseña todo acerca del universo que lo rodea, y le permite integrar su psiquis con su cuerpo.
Winnicott define como “madre suficientemente buena” a la que es capaz de hacer de pantalla filtradora de estímulos, acompañar al bebé con el sostén, manipularlo y presentarle el mundo. Por estas vías la angustia del bebé se amortigua, y le permite sobrellevar algo que sino lo arrasaría: estar todo el tiempo al borde de la muerte.
La fusión madre- bebé
Bien visto, el nacimiento parece ciencia ficción: después de un viaje alucinante en su nave útero, el pasajero llega a destino y es desconectado de la unidad nodriza por unas insensibles y metálicas tijeras. Pero ese instrumento despiadado no es capaz de cortar los cordones más sutiles de la mente y los campos emocional, psicológico y energético de ambos. Al nacer, el bebé no se siente separado de la madre. Y ella, por más conciencia que tenga de que la criatura ya no está en su vientre, mantiene una conexión telepática y simbiótica las veinticuatro horas.
Ambos dependen del otro para sentirse completos.
Al principio, la fusión madre-hijo es del cien por ciento: es indistinto quién piense o sienta algo, ya que será vivenciado por los dos al mismo tiempo. Por lo tanto, para indagar en las razones del llanto del bebé, es preciso observar de cerca a su media naranja, la mamá.
Durante el nacimiento, la madre ingresa en un proceso personal trascendente. Dar a luz es una experiencia ancestral, salvaje y primitiva, la gran oportunidad que tiene una mujer para estar en contacto con lo más animal e instintivo de sí misma. Esta vivencia es muy concreta, porque ocurre en su cuerpo: toda su estructura orgánica es sacudida con una intensidad sísmica incontrolable. Aunque se haya utilizado anestesia o el nacimiento haya sido por cesárea, ella lo siente al menos unos instantes, y con eso basta para que, desde el cuerpo, comience a recuperar memorias bloqueadas.
Por otro lado, si el nacimiento tuvo excesiva intervención médica y la mujer no pudo transitar la experiencia con conciencia plena, esta energía de fuego, de iniciación, queda atrapada en su interior, como un volcán que no pudo estallar.
Parir es la puerta de acceso a un proceso interno inevitable que deja al descubierto, uno a uno, los velos que separan a la mujer de la versión primordial de sí misma. A partir de este momento ya nada puede ser igual. Las acciones cotidianas, que funcionaban casi con piloto automático, pierden sentido y es casi imposible retomar la vida normal. La madre puede hacerlo y, de hecho, en nuestras sociedades, la mayoría lo hace, pero a un costo muy grande en lo físico, emocional y espiritual.
De una u otra manera, a sus procesos internos se suman una serie de crisis existenciales. La vida de la reciente madre del siglo XXI, a quien tanto trabajo le costó combinar en dosis exactas los mandatos de ser esposa y madre, tomar parte en la vida pública, ganar su sueldo, vivir creativamente y tener un cuerpo diez, entra en caos. Queda aislada del funcionamiento social que hasta ayer conformaba su realidad más próxima. Por más ayuda con la que cuente, la responsabilidad última sobre ese ser totalmente frágil queda a su cargo. Es posible que se le remuevan memorias y angustias relacionadas con su propio nacimiento, le surjan dudas sobre su capacidad para ser madre, y salgan a la luz culpas, culpas y más culpas. Su cuerpo queda antiestético y lo más probable es que haya sido herida por rutina en el epicentro de su poder femenino: la vagina.
En el caso de las cesáreas, a la culpa por no haber dado a luz de la manera ideal, se suma la cicatriz punzante en el otro representante por excelencia del ser mujer, el útero.
Todo este torbellino interno pertenece a la mamá, pero su bebé lo vive al mismo tiempo, debido a la fusión madre-hijo. La pregunta que surge es: ¿cuánto de la mamá está llorando el bebé?
El enigma solo puede responderlo cada madre, al encontrar un espacio de trabajo interno (por ejemplo, sesiones de psicoanálisis o grupos de maternidad). Al relajar sus propias inquietudes, podrá observar si hay cambios de actitudes en su hijo, y en qué medida se producen.
Cuándo dejarlo llorar
La terapia primal, surgida en la década del ´60, combina herramientas de la psicología, la neurología y la biología. Su hipótesis principal es que todos los padecimientos de orden emocional, psíquico o físico tienen origen en un dolor reprimido durante la gestación, el nacimiento o la infancia temprana.
Debido a que el llanto se reprime, el dolor permanece enterrado, y aprovecha cualquier ocasión para salir a la luz. En el caso de los niños más grandes que son calificados como caprichosos o malcriados, habría que considerar qué circunstancias traumáticas atravesó desde su gestación, y aún necesita llorarlas con cualquier pretexto.
Siguiendo esta línea de pensamiento, nuestro llanto de adultos también tiene su origen en esta causa primaria. Casi siempre que lloramos por un suceso presente, conectamos con dolores del pasado que todavía requieren ser examinados y llorados en toda su magnitud.
Los terapeutas primales advierten sobre la represión sistemática del llanto: decirle al bebé que se calle, castigarlo, amenazarlo, quitarle el amor o la atención, distraerlo de lo que le ocurre, darle de comer, colocarle el chupete, burlarse, negar o minimizar su dolor, recompensarlo si deja de llorar, intentar que hable o se ría cuando quiere llorar.
La terapia primal enfatiza en la necesidad de acompañar el llanto del bebé con sostén y contacto físico.
Causas espirituales y energéticas
Nuestro cuerpo no es una máquina sin voluntad propia, sino que está animado por esa fuerza intangible y misteriosa que nos permite vivir, sentir, pensar y crear. Este motor invisible a los ojos físicos es llamado de innumerables maneras, entre ellas, espíritu, alma, energía universal, prana, Ser Superior, Tao, Dios. La dimensión espiritual de la naturaleza humana alcanza su máxima expresión en el proceso de gestación y nacimiento, mediante el cual el alma se hace carne para realizar su experiencia en el plano físico. En muchas tradiciones primitivas el parto es considerado un trance espiritual y místico: el cuerpo de la mujer es un canal que permite a un espíritu ajeno al suyo llegar a este planeta desde otros planos. Algunas expresiones aplicadas al nacimiento, como “alumbrar” o “dar a luz” tienen un correlato espiritual en el término “iluminación”. Tanto la madre como el bebé acceden a los sentimientos más sublimes del ser humano: devoción, amor incondicional, adoración, los mismos que se adjudican al vínculo con la divinidad.
El nacimiento nos coloca ante los enigmas esenciales del ser humano: quiénes somos, de dónde venimos, por qué y para qué estamos en este mundo. Hasta el momento, la única respuesta científicamente comprobable para estos dilemas filosóficos y místicos, es que somos una raza en permanente evolución. Y que estamos inmersos en un universo que, a su vez, también evoluciona en forma continua. Aunque es probable que la mente humana jamás acceda a los significados más profundos de la experiencia terrenal, es posible deducir que estamos en este planeta, en estas coordenadas de tiempo y espacio, en estas circunstancias, para evolucionar.
Esta espiral ascendente no es un tránsito sin fricciones. De hecho, el primer golpe de la realidad, y símbolo por excelencia de la evolución, se recibe junto al primer sorbo de aire.
El trauma del nacimiento tiene relevancia central en todas las terapias, disciplinas y medicinas alternativas. Algunos terapeutas pusieron especial énfasis en su importancia. Stanislav Grof, el mayor exponente de la psicología transpersonal, caracteriza al nacimiento como una crisis evolutiva a la que denomina “emergencia espiritual perinatal”. Sus conclusiones provienen de la investigación sobre la incidencia de este trauma en personas adultas, quienes participaron de experiencias de regresión al momento del nacimiento. Los participantes expresaron que la vivencia al atravesar el momento de su nacimiento, fue la amenaza de muerte biológica, acompañada de una lucha por liberarse de formas muy incómodas de confinamiento. Describieron temores de enloquecer y de perder el control, combinados con destellos espirituales, percibidos como una poderosa apertura mística y una reconexión con lo Divino.
Ann Brenan, una física estudiosa del campo de la bioenergética humana, autora del libro Manos que curan, sostiene por sus experiencias de curación energética, que muchos recién nacidos sufren porque se resisten a encarnar, ya que están aferrados a la condición sutil del espíritu. Cuando esto ocurre, se produce un desequilibrio energético en el bebé, que no le permite arraigarse en este plano. En estos niños, se observa el chakra corona muy abierto, y muy poca vitalidad en el chakra basal, responsables de la conexión con el cielo y la tierra, respectivamente.
Otra pope de la curación energética, Katrina Raphaell, coincide, y agrega que los bebés que más se resisten a asumir la tercera dimensión son aquellos que encarnan por primera vez en el planeta Tierra.
La medicina antroposófica, una rama del movimiento creado por Rudolf Steiner, considera al ser humano como una confluencia de su cuerpo físico, su campo vital y su espíritu, alma o Yo. Según esta medicina, hay dos causas posibles de enfermedad. La primera se refiere a pensamientos y sentimientos materializados en dolencias orgánicas. La segunda causa se produce cuando el ser anímico-espiritual no llega a vincularse con el cuerpo físico.
La mayoría de las corrientes de curación energética coinciden en que el espíritu del recién nacido no está instalado permanentemente en su cuerpo desde que asoma al mundo, sino que es un proceso de arraigamiento que se inicia al nacer, y que puede durar entre ocho meses y diez años.
Las enseñanzas del Reiki agregan un factor ancestral al llanto del bebé: éste puede provenir de las angustias y heridas no resueltas de hasta cuatro generaciones de las ramas familiares de la mamá y del papá. ¡Buááááá!
Influencia social del llanto del bebé
Los estudiosos de la vida prenatal afirman que en las ecografías es posible advertir gestos de disgusto que, en un recién nacido, significarían llanto. Esto quiere decir que los seres humanos lloramos, inclusive, dentro de la acolchada perfección del útero. El llanto está en nuestra naturaleza. De bebés, lloramos ante cualquier tipo de incomodidad – gases, hambre, mosquitos o angustias de vidas pasadas- porque el llanto es un reflejo neurológico. Pero pronto nos damos cuenta de que, si nos hacemos oír, alguien nos responde, mamá o la persona que cumple su función. Así, el reflejo neurológico se transforma en la varita mágica que hace aparecer cualquier objeto de deseo o, al menos, el objeto que resume todos los deseos, la teta. Cuando la varita mágica falla, la frustración detona en una tormenta de truenos y lágrimas. En las respuestas que los adultos ofrecemos a las demandas y frustraciones del bebé, se pueden rastrear los mecanismos que sostienen a las sociedades que habitamos.
La primera diferencia entre una sociedad pacífica y solidaria, y otra caníbal y guerrera, se observa en su comportamiento hacia los recién nacidos.
En este sentido, continúan vigentes las investigaciones antropólógicas de Margareth Mead, quien en la década de 1920 se internó en los rincones salvajes de Nueva Guinea, y convivió con dos grupos étnicos primitivos, casi vecinos, cuyas costumbres no pueden ser más disímiles.
Los “arapesh” mantienen una cultura que la investigadora considera humanista e igualitaria. Tanto hombres como mujeres tienen una personalidad maternal. Los bebés son criados cuerpo a cuerpo por ambos. Aunque se los estimula a comer alimentos sólidos desde muy temprana edad, reciben el pecho hasta los cuatro años, “para mitigar su angustia y dolor.” Durante los primeros meses de su vida, el niño está siempre cerca de alguien que lo atiende. Si es irritable, lo llevan de manera que pueda tomar el pecho constantemente, lo cual lo calma con toda rapidez. Los bebés arapesh están siempre a upa. Cuando la madre camina, lleva al niño suspendido de su frente en un pequeño saco especial de red, o bajo uno de sus pechos en un cabestrillo de corteza. Un niño que llora es una tragedia que se debe evitar a toda costa. Los niños arapesh son estimulados constantemente en una dirección positiva. Según Mead, “es fácil encontrar en el extremo de una aldea a un niño que grita furioso, y a su padre que dice con orgullo `vean, mi hijo grita continuamente… ¡es vigoroso y fuerte como yo!` Y en el otro extremo, a un pequeño de dos años sufriendo estoicamente la dolorosa extracción de una astilla en su frente, mientras su padre, igualmente orgulloso, dice: `vean, mi hijo nunca llora, es fuerte como yo`
A pocos kilómetros de este polo de paz, pero en el extremo de la experiencia humana, habitan los mundugumur, una tribu salvaje y asesina. Cada bebé, desde que nace, es sometido a un entrenamiento intensivo que lo convertirá en un caníbal guerrero. “Parecen una sociedad que no buscara reproducirse – afirma Mead-. El niño mundugumur ve la luz en un mundo abrumador, constantemente dispuesto para la hostilidad y el conflicto. Casi desde el nacimiento comienza su preparación para una vida desprovista de amor. Los niños muy pequeños se colocan en una canasta portátil de un tejido muy apretado, y áspero, que las mujeres llevan suspendidas en su frente, tal como las mujeres arapesh. Pero mientras la bolsa de red arapesh es sensible y adaptable al cuerpo de los bebés, ésta es áspera, tiesa y opaca. El cuerpo del niño debe acomodarse a la rígidas líneas de la cesta, y yacer acostado con los brazos prácticamente maniatados a sus costados. La cesta es demasiado gruesa para permitir que pase el calor del cuerpo de la madre, el niño no divisa sino un delgado hilo de luz que se filtra con ambos extremos. Las mujeres llevan los bebés únicamente cuando van de un lado al otro. La mayoría de sus paseos son cortos, y cuando llegan prefieren dejarlos en la casa, colgados en la habitación. Cuando el niño llora, no se los alimenta enseguida. Por el contrario, alguno de los presentes acude al método común de calmar a los niños intranquilos. Sin mirarlo ni tocarlo, la madre u otra mujer, o la muchacha que lo cuida, comienza a raspar con las uñas el exterior de la canasta, haciendo un ruido áspero y rechinante. Si el llanto no cesa, entonces se le da de mamar(…) Las mujeres alimentan a sus hijos de pie, sosteniéndolos en una mano en una posición en que se estira con esfuerzo el brazo de la madre y se maniatan los del niño.” Aquellos que no son capaces de aprovechar los minutos permitidos para beber la leche con la cual resistirán las próximas horas, fallecen, y esto es una causa común de mortandad entre los mundugumur. Los fuertes, los que sobreviven a todos los maltratos, pasan a formar parte de una sociedad donde el odio y el resentimiento son la regla.
El hombre primitivo late en nuestras sociedades de hoy, muchas veces sin conciencia de que acto o gesto hacia el recién nacido programa el futuro de su propio mundo y el del planeta.
Las estadísticas confirman que los bebés que lloran tienen más posibilidades de ser maltratados por los adultos, lo cual tiene incidencia negativa en sus posibilidades de desarrollo como persona integral y como sujeto social. De ahí la importancia de relacionarnos con los recién llegados de una manera amorosa, positiva y facilitadora del encuentro.
Desde la crianza, los adultos tenemos la posibilidad de dirigir el timón evolutivo hacia nuevas, cálidas y pacíficas costas. Sin prejuicios, sin tabúes, dejando que las manos más pequeñas queden a cargo del rumbo. ¡Hacia el arco iris!