La Aceptación radical no es accesible hasta que hayamos aceptado a toda la Tierra: los dilemas, angustias y dolores de ella y la humanidad de nosotros, con nuestros aciertos y nuestros errores. Si no amamos nuestra humanidad, no amamos nuestra naturaleza terrenal, al no amar las células y los órganos, las canas y las arrugas de nuestro cuerpo, no amamos a la Tierra y nuestra propia naturaleza terrenal. Podemos entrar en este cambio amando cada molestia, cada acto, cada dolor, cada hueso, cada cabello, cada pizca de nosotros dentro y fuera, sin juicio. Es fácil amar los océanos, los árboles y el arco iris, pero no es tan fácil amar nuestra humanidad.
Cada intersección de la vida está grabada en la memoria de nuestra carne. Cada decisión que hayamos tomado alguna vez – no importa cómo la veamos ahora – fue una elección divina. Cada experiencia que germinamos, cultivamos y luego cosechamos fue una creación manifestada y dada a luz por la Divinidad dentro de nosotros. Todas las personas en la Tierra están pasando por una experiencia distinta. No juzguen sus experiencias, ni las critiquen, ni las analicen, ni las reprendan, porque sus experiencias son perfectamente divinas, ya que ellas las han creado.