DESCUBRIENDO LA PERSONALIDAD DE NUESTROS HIJOS

El Universo nos mandó una semilla que se instaló en el vientre de una madre. Es una semilla que tiene la conciencia y la esencia de Dios.

El bebé que llega a nosotros, no es un “ser humano más”, como millones hay en el mundo. Es un ser humano con las características “exactas” para que los padres lo recibamos y podamos seguir madurando y evolucionando con él.

Probablemente te sucedió, que cuando recibiste en brazos a tu bebé (o cuando lo hagas), revisaste su forma física hasta encontrar algún parecido con familiares o contigo mismo. Descubrir “a quién se parece”, es muy fácil, sólo basta verlo, contemplarlo. Y tal vez, hasta llores de la emoción de tener contigo a un ser enviado por Dios.
Lo que no podrás saber en el momento es cuál es su personalidad. ¿Será enfadoso, alegre, seguro, triste, inquieto, inteligente…? No lo sabremos en ese momento, pero si nos lo proponemos, en unos años, lo veremos.
¡Qué emoción será descubrir la personalidad de nuestro bebé! La descubriremos o la forzaremos, unos años después.
Digo que la descubriremos o la forzaremos, porque dependerá de nosotros dejar fluir su personalidad Universal en sus primeros siete años para que nuestro bebé sea, en un futuro, un ser humano libre, con sus propios ideales y su propia personalidad o un bebé marcado por creencias sociales, miedos e inseguridades.
Cuando estamos viviendo la gran aventura de ser padres, alrededor de nosotros, está la sociedad y nuestras creencias, que juntas, intervienen para darles a nuestros hijos una educación. Como padres, nos sentimos con la responsabilidad de hacer de nuestros hijos, personas de bien, con valores buenos para la sociedad. En este tiempo de crecimiento de nuestros hijos, podremos leer, ir a cursos para padres, preguntar a las abuelas…, porque consideramos que su educación es importante para su futuro.
Lo que diré a continuación, seguramente, será una contradicción a cualquier educación tradicional. ¡Nuestros hijos no necesitan educación, sólo estimulación y amor! Porque cada vez que pensamos en “educar”, lo único que hacemos es “enseñar creencias”. Nuestros hijos ya están listos para ser Seres de bien, no necesitan conocer leyes, buenos modales, buenos valores… Su esencia es divina, y cuando les toque hacerle frente a la vida, lo harán motivados por su esencia.
Cuando les damos una “educación” a nuestros hijos, llevamos creencias y posibles limitaciones para su futuro. Por ejemplo, si está haciendo un desorden en la sala, después de varias llamadas de atención a las que no hace caso, y en algún momento pierde el equilibrio y se cae, podríamos reaccionar de acuerdo a nuestras creencias y emociones negativas:

  • Si estamos molestos, le podríamos decir: “Eso te pasa por no obedecer”. En este caso, le estamos enseñando a que no es bueno que tome sus propias decisiones, lo cual, le afectará en el futuro, porque se sentirá inseguro en lo que haga.
  • Si estamos molestos, y nos acercamos a él y le regañamos o golpeamos; le estamos infundiendo, además de la enseñanza anterior, un sentimiento de culpa y baja autoestima, porque sentirá que cometió un error y trajo graves consecuencias.
  • Si nos asustamos, creemos que le ha pasado lo peor, corremos para levantarlo, y miedosos, buscamos si sufrió algún golpe que lo dañó; le estamos haciendo creer que una caída es dolorosa, que los problemas pueden tener resultados fatales… Le estamos enseñando a maximizar un problema.
  • Si corremos hacia él, y para evitar que llore, le decimos: “Ya no llores, le voy a pegar a quien te provocó la caída” y simulamos golpes al objeto que provocó su caída; le estamos enseñando que otros tienen la culpa de lo que le suceda, y le hacemos perder la oportunidad de aceptar su error y aprender de él.
  • Si lo ignoramos, como muestra de nuestra molestia; le estamos enseñando que no podrá tener apoyo en sus momentos difíciles, y que debe depender solo de sus propios recursos.
  • Si nos acercamos pacientemente para abrazarlo, sin decir comentario, y simplemente le demostramos que estamos a su lado; seguramente le estaremos enseñando que en los momentos difíciles tendrá apoyo. Podrá llorar, podrá quejarse, pero pronto pasará. De manera natural, nuestros hijos aprenderán que deben poner atención, y al recibir nuestra contención, se sentirán apoyados por Dios y el Universo, puesto que nosotros somos su Universo.
Cada vez que queramos “educar” a nuestros hijos, debemos poner mucha atención a nuestro comportamiento y a lo que le decimos, porque detrás de este comportamiento y nuestras enseñanzas, se están demostrando nuestras creencias y nuestras emociones negativas. Nuestros hijos, son nuestros maestros, su comportamiento picará nuestras emociones; y si reaccionamos, les enseñamos creencias y emociones negativas, y perdemos la oportunidad de conocernos y sanarnos. En cambio, si nos calmamos y ponemos atención, tenemos la gran oportunidad de sanar y madurar con ellos.
Nuestros hijos necesitan nuestra comprensión y nuestro amor, porque ellos son seres indefensos cuando son pequeños; han sido entregados a nosotros por el Universo para que los cuidemos y los dejemos ser libres. Es cierto que necesitan alimento, ropa, cuidados cuando están enfermos, esto es parte del amor que les daremos. También es cierto que deben aprender a comer, gatear, caminar, sonreír, dormir…, es parte del estímulo que esperan de nosotros. Por eso, los hijos no se educan, sólo se aman y se estimulan.
He escuchado a padres que dicen: “Yo eduqué a mi hijo con mano dura, y mira, ahí está”. Comprendo sus creencias y también veo que, “ahí está”. El problema no es que “esté”, lo que debemos atender es a “cómo está”, porque en sus primeros sietes años se fortalecen o se debilitan las emociones, sentimientos que provocarán éxito o fracaso en su futuro.
Si durante estos siete años has dejado fluir a tus hijos, podrás descubrir su personalidad, una personalidad divina, proveniente del Universo, y entregada a ti para su cuidado; y lo mejor para nosotros es que, durante este tiempo, aprovechamos para conocernos y sanarnos.