En una ocasión asistí a una conferencia sobre la experiencia espiritual que vivió un hombre en India durante la década de los sesenta. Nos contó que estaba absolutamente dispuesto a librarse de sus emociones negativas: luchaba contra la ira y la lujuria, luchaba contra la pereza y el orgullo, pero sobre todo quería liberarse del miedo. Su profesor de meditación le decía una y otra vez que dejase de luchar, pero él consideraba que aquello no era más que otra manera de explicarle cómo superar los obstáculos.

Justo antes del amanecer se apagó la última vela y él empezó a llorar, pero no lloraba de desesperación sino de ternura. Sintió el anhelo de todas las personas y animales del mundo; conoció su lucha y su alienación. Todas sus meditaciones no habían sido más que lucha y separación. Entonces aceptó —verdaderamente aceptó de todo corazón— que era iracundo y celoso, que se resistía y luchaba, y que tenía miedo. También aceptó que era un ser precioso más allá de toda medida: sabio y estúpido, rico y pobre, y totalmente insondable. Se sentía tan agradecido que se levantó en medio de la oscuridad total, caminó hacia la serpiente y le hizo una reverencia. A continuación se tumbó en el suelo y se quedó profundamente dormido. Cuando despertó, la serpiente había desaparecido. Nunca supo si se lo había imaginado o si realmente había sucedido, pero no parecía importarle mucho. Como dijo al final de la conferencia, el contacto íntimo con el miedo hizo que sus dramas personales se colapsaran, y finalmente el mundo que le rodeaba pudo llegar hasta él.
Pema Chodron-Cuando todo se derrumba