No vivimos para “tener que” o “deber de”; no vivimos para poseer, conseguir, hacer, desear, rechazar, luchar, alcanzar, convencer,… Y, desde luego, no vivimos para sobrevivir. La razón de ser de la vida es vivir: ¡vivir para vivir gozando plenamente de la Vida!
Cuando nos damos cuenta de esto, la Vida se revela como lo que realmente es: un Milagro colosal y constante. Y nos percatamos de que se puede Confiar en ella y de que las experiencias que vivimos no son ni “buenas” ni “malas”, sino experiencias todas que nos impulsan por igual en nuestro devenir consciencial.
Por tanto, vivir no consiste, valga el símil, en meter más muebles en casa. Al contrario: para “Vivir Viviendo” –vivir para vivir-, hay que soltar y vaciarla enteramente para que nuestro “verdadero ser”, que es radicalmente divino, brille, se expanda y se despliegue en este plano y Dimensión en su espléndido e inefable potencial.
Las personas buscan la “realización” y el “crecimiento” y creen que se hallan asociados a incorporar y agregar cosas (objetos, personas, vivencias,…) a sus vidas. Subyace en ello el convencimiento y el sentimiento profundo de que uno mismo se encuentra incompleto, falto de algo o de mucho. Y se busca a través de la suma la satisfacción de los deseos y aspiraciones y las respuestas para el corazón que se pregunta. Pero es absolutamente falso que seamos incompletos o que carezcamos de algo. Sólo el olvido de lo que realmente Somos, de nuestro “verdadero ser” y “naturaleza esencial” y divinal, hace que la gente crea tamaña sandez y confíe en la suma cual brújula y práctica en el proceso de “realización” y “crecimiento”.
La consciencia se expande restando, no sumando; bajando, no subiendo; soltando, no acumulando. Se acabaron los trabajos, los esfuerzos, los sacrificios,… Adiós al estrés, a las tensiones, a las preocupaciones,… La vía no es la suma, sino la resta; no es la acumulación, sino el desasimiento; no es el “llenado”, sino el vaciamiento; no es el tener, sino el desprendimiento; no es el poseer, sino el desposeimiento; no es el alojo de cada vez más cosas, sino el desalojo interior hasta que sea completo.
La puesta en práctica de todo ello consiste en una Vida Sencilla experienciada en el Aquí y Ahora, con consciencia de nuestra divinidad y plena de Confianza. Así se vive con Paz y Alegría y sin inquietarse por nada. Todo es perfecto. Tanto que ni siquiera cabe calificarlo como “perfecto”, pues ello supondría que en la Creación existe igualmente lo “imperfecto”. Y no es así. En la Creación, en la Vida, en general, y en la vida de cada cual, en particular, no hay imperfecciones, ni caos, ni azar, ni errores, ni culpas, ni pecados…
Todo cuenta con su porqué y su para qué; todo fluye en el Amor; y todo lo que acontece en la vida impulsa el proceso evolutivo de cada uno -cada cual en su punto y momento evolutivo, todos igualmente respetables-, que se halla absolutamente integrado en la Evolución de la Humanidad, la Madre Tierra, el Cosmos y la Creación.
Vivir para Vivir significa Confiar en la Vida y dejarse fluir aceptando todo aquello que la propia Vida, no nuestros deseos egoicos de satisfacción ni nuestras programaciones mentales, nos vaya poniendo por delante. En la medida en que se avanza interiormente en todo ello, se deja el “qué” en manos de la Vida y la Providencia –nuestro “verdadero ser” en acción- y nos centramos en el “cómo” para llenar de Amor e impregnar con su vibración, con la Frecuencia de Amor, todos los hechos y circunstancias –experiencias, en definitiva- que la vida nos va trayendo de momento en momento. Y da igual el color que la mente quiera otorgar a la experiencia –“alegre” o “triste”, “placentera” o “dolorosa”…-. Sólo importa situar en la vibración del Amor cada experiencia que la Vida nos ponga por delante.
Para ello se requiere Humildad. Una humildad tan grande como para permitirnos el “endiosamiento”: percatarnos de que Dios es yo y que yo soy Dios precisamente cuando cesó de ser “yo”, es decir, cuando dejo de aferrarme no sólo a la percepción de mi mismo como un yo físico, mental y emocional, sino incluso a cualquier idea de identidad, sea física, álmica o espiritual, sea individual o colectiva. Esta disposición y esta voluntad de dejar de ser “yo” para ser Dios (o como cada cual quiera denominarlo) es, en el plano humano, la más acabada expresión de humildad.
Desde ella, restar, bajar y soltar, el desalojo y el vaciamiento y la Paz, la Felicidad y la Quietud emanan espontáneamente desde nuestro interior: desde allí donde siempre estuvieron esperando pacientemente a que, a través de nuestra toma de consciencia en libre albedrío, las proyectáramos dulcemente y con Amor al exterior para plasmar El Cielo en la Tierra.
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Publicado por Emilio Carrillo
La Vía de la Resta
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