Quien ama ya no necesita perdonar

Estaba el Buda meditando en la espesura junto a sus discípulos, cuando se acercó un detractor espiritual que lo detestaba y aprovechando el momento de mayor concentración del Buda, lo insultó, lo escupió y le arrojó tierra. Buda salió del trance al instante y con una sonrisa plácida envolvió con compasión al agresor; sin embargo, los discípulos reaccionaron violentamente, atraparon al hombre y alzando palos y piedras, esperaron la orden del Buda para darle su merecido. Buda en un instante percibe la totalidad de la situación, y les ordena a los discípulos, que suelten al hombre y se dirige a éste con suavidad y convicción diciéndole:
– «Mire lo que usted generó en nosotros, nos expuso como un espejo muestra el verdadero rostro. Desde ahora le pido por favor que venga todos los días, a probar nuestra verdad o nuestra hipocresía. Regrese siempre que desee, usted es mi invitado de honor.
A la mañana siguiente, el agresor, se presentó ante Buda, se arrojó a sus pies y le dijo en forma muy sentida


-» No pude dormir en toda la noche, la culpa es muy grande, le suplico que me perdone y me acepte junto a Usted»
 Buda con una sonrisa en el rostro, le dijo:
– «Usted es libre de quedarse con nosotros, ya mismo; pero no puedo perdonarlo» 
El hombre muy compungido, le pidió que por favor lo hiciera, ya que él era el maestro de la compasión, a lo que el Buda respondió:
– «Entiéndame, claramente, para que alguien perdone, debe haber un ego herido; solo el ego herido, la falsa creencia de que uno es la personalidad, ese es quien puede perdonar, después de haber odiado, o resentido, se pasa a un nivel de cierto avance, con una trampa incluida, que es la necesidad de sentirse espiritualmente superior, a aquel que en su bajeza mental nos hirió. Solo alguien que sigue viendo la dualidad, y se considera a sí mismo muy sabio, perdona, a aquel ignorante que le causó una herida». 
Y continuó: 
– «No es mi caso, yo lo veo como un alma afín, no me siento superior, no siento que me hayas herido, solo tengo amor en mi corazón por usted, no puedo perdonarlo, solo lo amo. Quien ama, ya no necesita perdonar.
«El hombre no pudo disimular una cierta desilusión, ya que las palabras de Buda eran muy profundas para ser captadas por una mente llena todavía de turbulencia y necesidad, y ante esa mirada carente, el Buda añadió con comprensión infinita:
– «Percibo lo que le pasa, vamos a resolverlo: Para perdonar, ya sabemos que necesitamos a alguien dispuesto a perdonar. Vamos a buscar a los discípulos, en su soberbia están todavía llenos de rencor, y les va a gustar mucho que usted les pida perdón. En su ignorancia se van a sentir magnánimos por perdonarlo, poderosos por darle su perdón, y usted también va a estar contento y tranquilo por recibirlo, va a sentir un reaseguro en su ego culposo, y así más o menos todos quedarán contentos y seguiremos meditando en el bosque, como si nada hubiera pasado»
Y así fue.
___________________________________________________________

¡Como me ha gustado este cuento! y cómo me ha costado, (me cuesta) interiorizarlo, pero es cierto que mientras pensemos que alguien nos debe algo y no podemos sentir la perfección de cada circunstancia, como que está todo en su sitio, necesitaremos perdonar para sentir paz y dejar marchar, pero estaríamos eligiendo el camino de la víctima y no del aprendiz. Si hay perdón es que ha habido rencor previo. El rencor es de la víctima, la víctima vive como si el mundo le debiera algo. Y yo quiero no elegir ser víctima, el rol de víctima no te lo otorga una agresión o un agresor, siempre podemos elegir como nos vemos. Como dijo Einstein la verdad es lo que es útil, ¿es útil el rencor? ¿para que lo necesita el ego? ¿viene del miedo? ¿de la necesidad de diferenciarse? ¿de la necesidad de amor a través de la compasión? o simplemente elegimos agresores para poder dar salida nuestra rabia, elegimos ser víctima porque necesitamos sentir rencor, me gustaría sentir la paz necesaria para darme cuenta de quién me agrede se agrede a él mismo, a mí no….
Sí señor, me gustó el cuento oiga