Por Jorge Lomar [Publicado en Athanor]
El inmenso desconocimiento en el que vivimos, tal como un mar traicionero, nos la juega a menudo. El subconsciente es un concepto que actualmente reconoce todo el mundo como algo existente y comprensible. A menudo hacemos elucubraciones al más viejo estilo freudiano sobre la influencia del subconsciente en nuestras acciones y emociones. El subconsciente es todo aquello que no comprendes. Y lo sueles situar en algún oscuro rincón de tu interior. ¿Del interior de qué?
Cuando Freud estaba aventurándose a poner palabras a lo inexplicable y solía comparar la mente humana con un iceberg en el que el consciente es menor de una décima parte del inconsciente, uno de sus más avanzados alumnos, Jung, replicó “Y si el inconsciente es lo que no conocemos ¿Cómo podemos saber qué tamaño tiene en relación al consciente?”. No solo comenzó a cuestionarse el tamaño, también la suposición de que ese gran inconsciente era algo personal. ¿Cómo saber de quién es aquello que desconocemos? Ni siquiera sabemos a quién pertenecen mis pensamientos “conocidos”.
El autor David R. Hawkins calculó que el ego tardaba una décima de segundo en atribuirse la propiedad de un pensamiento desde que éste asomaba a la mente. El pensamiento, que es la base de lo que se llama consciente en oposición a inconsciente, según la psicología, es bien conocido por todos nosotros: esa voz que rara vez calla y que sigue ahí dentro proporcionándonos recuerdos, objetivos, identidades, deseos, temores y todo un torrente de experiencia vigílica y onírica, tanto que a veces no se pueden distinguir. Esa compañera a veces amiga y más veces enemiga de la paz, es nuestro bastón habitual en lo consciente. A poco que profundicemos con cierta humildad, nos damos cuenta de que no tenemos ninguna constancia de que esos pensamientos se hayan creado dentro de “mi”. Esa voz siempre habla de conceptos comunes en una realidad compartida, nunca dice nada nuevo, siempre maneja información conocida, pensada, acabada y compartida, recibida de la cultura, la educación, la comunicación y la interrelación entre las formas mentales previas existentes. El pensador –esa voz- cree que lo puede solucionar todo pero solo cambia las formas de lugar.
Creemos que nuestros pensamientos son nuestros. Creemos que los creamos sin saber cómo. Pero el pensamiento fluye en el mundo de las formas, entre “unos y otros”, como un viento en busca de las velas de tu destino, ya que en la base de lo Real, no existe un “yo” o un “tu” que sea dueño del pensar, sino una sola mente intentando relacionarse consigo misma.
Sintonizamos con esas formas mentales, emocionales o físicas, del mismo modo que una vibración sintoniza con cualquier otra, por resonancia [o si lo prefieres “ley de atracción”]. Es nuestro sistema de creencias, nuestro paradigma, nuestra estructura mental lo que es capaz de sintonizar un pensamiento u otro de la mente global, donde reside el verdadero origen de las formas mentales. Por tanto, la música subyacente e inaudible que somos capaces de sintonizar desde nuestra pequeña mente se convierte en pensamiento dependiendo de las elecciones profundas que hemos realizado en cada momento de nuestra vida, aquello que hemos decidido darle la calidad de verdad. Para eso existe la mente: para elegir… y más allá, para compartirse.
La música del espíritu jamás ha dejado de sonar en nuestra alma. Más profunda aún que la del pensamiento, ella nos susurra que lo aparente es producto de una percepción distorsionada. Que tú y yo somos lo mismo. Que todos somos de una misma mente y aún más profundamente, de un mismo Ser. Este saber milenario se ha transmitido de padres a hijos, de abuelos a nietos, de chamanes a iniciados, de maestros a adeptos, de gurús a discípulos, de físicos cuánticos a periodistas, de filósofos a escuchadores de la Verdad. De modo que ese conocimiento permanece dentro de nosotros como una guía irrenunciable. Puede que hoy no quieras escucharlo, en ello consiste la libertad, pero mañana o pasado tendrás que reconocer lo que eres. La verdad nunca se impone, sino que se comprende o integra en uno mismo por propia voluntad.
Cuando Hew Len, el representante del moderno Ho’oponopono, explica que no hay diferencia entre “allá fuera” y “aquí dentro” está hablando con la misma voz profunda con la que hablan los chamanes de todo el mundo, aquellos maestros que han renunciado a creer lo aparente y se han lanzado al misterio de la vivencia en el mundo simbólico subconsciente. Aquello que ves ahí fuera no es algo distinto de tu subconsciente.
Nos experimentamos como mentes separadas, creemos que la persona que tenemos enfrente es algo distinto que yo. Su historia es distinta, su cuerpo es distinto, su pensamiento es distinto, parece que no es tu historia, ni tu materia, ni tu pensar. Sin embargo lo distinto no es esencial, no es característico del Ser, sino de la forma. Llamo consciente a lo que llamo “yo”, a lo que llamo “mi pensamiento”, a lo que comprendo. Llamo consciente al camino que a través de “mi” ha tomado la conciencia. Y desde este punto de vista, el subconsciente es esa mente separada que veo delante de mí, ese otro camino de la conciencia que yo desconozco, que no alcanzo a comprender plenamente, que observo y que, demasiado a menudo, juzgo, ataco y excluyo.
El resto de las personas son mi subconsciente. Y digo subconsciente en lugar de inconsciente, porque existen caminos para cambiar la percepción y trazar puentes hacia lo desconocido, hacia el “otro”. Un entrenamiento mental que nos lleva a sentirnos unido en lo esencial con el aparente “otro”.
No hay distinción entre subconsciente personal y colectivo nada más que relativamente a lo que eres capaz de percibir en tu actual estado de conciencia, o siguiendo nuestra alegoría, lo que tu radio es capaz de sintonizar. Tus pensamientos surgen en ti consecuencia de las elecciones esenciales que has realizado: aquello que has decidido creer, aquello que has decidido hacer real en tu percepción, aquello que has decidido ser. Esas elecciones te abren a nuevos canales de pensamiento, nuevas vías de experiencia, nuevos caminos de vida… nuevos encuentros con un subconsciente que se hace consciente a cada paso. Es en las raíces de tu libertad profunda de elegir lo que crees donde radica tu destino.
Mi pasado quedó cristalizado en forma de recuerdos interpretados, ideas o pensamientos solo gestionados por mi particular punto de vista. El resto de los matices de lo vivido quedó enterrado en el gran océano subconsciente y dejó de pertenecer a mi “yo”, tan solo porque no lo elegí. El pasado, el futuro, las mentes de todos los seres que me parecen “otros”, todo ello junto con los universos insondables de la mente única, configuran mi grandísimo subconsciente.
Hay quien dice que el miedo primigenio es el miedo a lo desconocido. No nos engañemos. El miedo es lo desconocido, el miedo surge de la inconsciencia, del desconocimiento. Surge del dolor primordial de percibirnos separados. Separados de la Verdad, buceando en ese vasto desconocimiento. Separados de otras mentes, otros seres aparentemente incompletos. Separados en un ahora insatisfecho, un instante aparentemente incompleto ante el olvido y la incertidumbre inmensos. Conscientes de tan poco que confundimos lo esencial, que separamos entre dentro y fuera, entre tú y yo. Entre ser y no ser.
Cuando soy capaz de entrenar mi mente en la nueva percepción de que “tú eres mi subconsciente”, desaparecen las víctimas y los verdugos, me reconcilio con un universo mental y unido. No es el final de un camino, sino el principio de una nueva percepción. Soy capaz por primera vez de ver auténticamente que tú y yo somos uno.
Jorge Lomar
Escritor, facilitador, ponente. Presidente de la Asociación Conciencia.