Hoy me he levantado con una sensación bastante generalizada de paz, pero intuyo una inquietud que está siempre ahí, un desasosiego por no saber a donde voy, una parte de mí que necesita saber de dónde viene, porque esto no le termina de satisfacer, porque siente que tiene que proyectarse a algo diferente siempre, por que el ahora no le basta. Esa parte un día aprendió o heredó una idea que consiste en que con la mente se podía conseguir cualquier cosa, entonces para qué vamos a aguantar el ahora si siempre podemos salir de él, ¿tienes frío? ponte un taparrabos, ¿tienes hambre? ¿congelamos la comida para el invierno? Eso es estupendo, usar la mente para sobrevivir es un aspecto que nos ha ayudado a diferenciarnos, la mente nos ayuda a sobrevivir pero no a vivir, ¿estás triste? vete de compras, ¿te sientes acomplejado? opérate, ¿tienes ansiedad? toma pastillas…
No, definitivamente la mente no nos está ayudando a vivir y no lo terminamos de comprender y seguimos intentando inventar la fórmula de la felicidad, algo para medirla, protocolos para alcanzarla, como si se pudiera «alcanzar» la felicidad. Somos muy fuertes por fuera y muy vulnerables por dentro, no sabemos vivir pero somos especialistas en sobrevivir.
Es en ese preciso momento en el que empezamos a evadirnos del presente para juzgarlo como malo y crear una realidad diferente, en el que se creó una nueva forma de relacionarnos con la vida y podíamos habernos quedado con esa estupenda herramienta y saberla regular pero hemos sido como un niño con un juguete nuevo, sin autocontrol, no sabemos que eso no vale para vivir, tan sólo para sobrevivir y ahí estamos todo el día erre que erre, en la fantasía, rumiando sobre la vida, el pasado, el futuro, especulaciones, anticipaciones, … y el presente se nos esfuma.